DISCURSO AL ASUMIR LA PRESIDENCIA DEL
CONGRESO DE LA
REPÚBLICA DEL DOCTOR VALENTÍN
PANIAGUA CORAZAO,
16 DE NOVIEMBRE DE 2000
Señores Congresistas:
En ésta que seguramente es la hora estelar de mi vida, creo
que tengo la obligación de transmitir algunas reflexiones que las
circunstancias aconsejan.
En primer término, quisiera hacer recuerdo de mi lugar
nativo, el Cuzco inmortal, que por primera vez me trajo a este Congreso cuando
era un joven que anhelaba, como seguramente muchos de los que hoy ocupan los
escaños de este recinto, construir una democracia sólida y longeva para
bienestar de todos los peruanos.
Han pasado muchos años desde ese entonces, pero no se ha
apagado la ilusión; ha habido en el camino fracasos y tropiezos, pero sigue
viva la llama y la esperanza de lograr, por fin, que en este país haya un
camino de libertad que permita a todos los peruanos construir su bienestar en
una sociedad justa.
Creo por eso, mirando el pasado desde la perspectiva que dan
los años, que ese esfuerzo no fue inútil; y quiero decirles, sobre todo a los
jóvenes Representantes aquí presentes, que jamás deserten de su responsabilidad
de defender siempre la libertad y la democracia.
No quiero abusar de la generosidad de los grupos democráticos
de oposición que con tanta nobleza me han brindado su respaldo y han
contribuido a mi elección esta tarde; pero no podría dejar de recordar en este
escenario la figura de Fernando Belaúnde Terry, cuya devoción por la libertad y
la democracia ha sido y es un magisterio permanente para el pueblo del Perú.
Permítanme ahora transmitirles unas reflexiones que creo
pertinentes en esta hora dificilísima que vive el Perú.
El voto plural y generoso del Congreso ha querido exaltarme a
este cargo, que asumo con la humildad con que tiene que hacerlo quien es
consciente de sus limitaciones, del inmenso reto histórico que el momento
entraña y del mandato expreso e implícito del voto de la oposición democrática,
cuyo respaldo agradezco con el mayor y más profundo reconocimiento personal.
El Perú padece una severa crisis derivada de una gravísima
falta de gobernabilidad y credibilidad en todas o casi todas sus instituciones.
A ella, se añade una angustiante coyuntura económica y social y un severo
deterioro de las bases éticas de la República, por obra de la corrupción que el
Perú entero condena y anhela castigar con toda la severidad que nuestras leyes
permiten.
Este cuadro, que desde luego resulta abrumador, no justifica
pesimismo alguno. La patria, que está por encima y más allá de cualesquiera contingencias,
conserva intactas sus reservas morales y se expresa, ahora, en una ansia
inequívoca de cambio. El Congreso no ha sido ni debe ser la excepción. El acto
democrático al que hemos asistido hoy es una apuesta firme y resuelta por la
recuperación ética y el saneamiento institucional del país. Y, por eso mismo,
saludo a mi ilustre contendor, el doctor Ricardo Marcenaro, y a quienes lo han
respaldado en esta limpia competencia democrática.
Sé que a ellos los alienta también el mismo espíritu que ha
animado a las fuerzas y movimientos de la oposición democrática.
Por eso, porque sé que alentamos las mismas aspiraciones
patrióticas, quiero convocar a todos para emprender la tarea común que hoy el
pueblo nos está reclamando. A todos quisiera decirles que es posible un tiempo
nuevo y que, detrás de las pasiones que ahora agitan a vastos sectores del
país, hay un reclamo perentorio de justicia, verdad y unión para hacer del Perú
un hogar cálido en el que todos los peruanos podamos vivir con dignidad. Sé que
es muy breve el tiempo de nuestro mandato y no ignoro, además, que debemos acometer
nuestra tarea en medio de la tempestad.
No permitamos, pues, que las pasiones de circunstancia nos
cieguen y nos alejen de ese objetivo. Construyamos en medio del turbión de esta
crisis y emprendamos, juntos, la responsabilidad de redemocratizar al país, de reconciliar
a nuestro pueblo con sus instituciones y, de modo especial, con el Congreso,
así como de abrir el camino a un proceso electoral libre y democrático que
devuelva al pueblo su genuino derecho a gobernarse por obra de su voluntad y a
emanciparse de cualquier tutela o vigilancia que no sea la de su propia
soberanía expresada libremente en las ánforas.
Reconociendo la legitimidad de nuestras diferencias
políticas, recuperemos para este Poder, que es el primero del Estado, la
plenitud de sus atribuciones constitucionales, legislando con acierto,
fiscalizando con severidad y oportunidad y recuperando el valor del diálogo
como símbolo y mecanismo sustantivo de nuestras decisiones. Si así lo hacemos,
no dudo de que la historia jamás olvidará nuestro empeño y que el pueblo,
ansioso y a veces impaciente por el cambio, sentirá que, cuando menos,
iniciamos el largo y difícil proceso de redemocratización del Perú.
Deseo, por fin, que todos sepan que trataré de ser equitativo
e imparcial y que esta Presidencia, nacida del consenso, buscará siempre el
diálogo y la concertación.
Espero que con la ayuda del Altísimo pueda cumplir mi
responsabilidad, y no dudo de que ustedes, señores congresistas, que son
genuinos patriotas, cumplirán con la suya, y así honraremos la confianza que el
pueblo generosamente depositó en nosotros.
Muchas gracias.
Debo expresar mi reconocimiento y gratitud a la Mesa
Directiva que nos precedió, por la forma en que condujo este proceso electoral,
limpio y transparente, conforme corresponde a una institución democrática como
es el Congreso de la República.
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